Formación vs Competición por JUAN PEDRO GONZÁLEZ

 

ARTICULO

Desde hace décadas a nivel formativo se ha ido construyendo una dicotomía de manera progresiva que si bien en un inicio hacía referencia a un enfoque del entrenamiento según la edad y categoría del equipo entrenado, hoy se extiende a la forma de gestionar la competición e incluso de dirigir el Club. Una filosofía enfrentada a otra. Pero, ¿es así? ¿Tiene que ser así? ¿Por qué?

Para poder entenderlo podemos repasar las últimas 3 décadas, de manera general (ya que por supuesto siempre hubo, hay y habrá representación de todas las formas de plantear nuestro trabajo de formadores), para valorar el camino recorrido:

DÉCADA ‘90s

Los 80 y 90 fueron claramente marcados por el éxito de Los Ángeles’84, que nos metió de lleno en el mapa del baloncesto mundial con una generación carismática y talentosa. Junto a ello, desembarcó la NBA en nuestra TV en abierto y se acompañó de programas que ‘vendían’ un deporte dinámico, espectacular y divertido en expansión.

En femenino, se lograba un 5º puesto en Barcelona’92 y al año siguiente, por primera vez, una selección absoluta lograba un oro en aquel Eurobasket de Italia al imponerse por 63-53 a Francia.

Los jóvenes se querían apuntar a baloncesto y se produjo una explosión de licencias y equipos colegiales.

EVOLUCIÓN DEL Nº DE LICENCIAS FEDERATIVAS DE BALONCESTO EN ESPAÑA:

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Evidentemente somos reactivos al éxito. Nos gusta reconocer a nuestros semejantes levantando trofeos y medallas. El impacto mediático tuvo como consecuencia aumento de licencias de deportistas y por consiguiente, aumentaron el número de entrenadores de baloncesto y rápidamente, a pesar de no contar con los medios digitales actuales, se miró hacia donde tradicionalmente se lograban grandes éxitos: EEUU y los Balcanes como referentes formativos.

Pronto se incorporaron unos objetivos: hacer mejores a los jugadores imitando a las grandes estrellas mundiales. No obstante, había una cultura pedagógica heredada. Una forma de educar en España. El deporte formativo se arrancaba mayoritariamente en los equipos de baloncesto de los colegios. Esto llevaba implícito que muchos entrenadores eran profesores o que simplemente el centro pautaba la forma y ética de trabajo, vinculada a la enseñanza y al modelo del cole; la prioridad era educar.

Aunque se incentivan programas y competiciones que elevan la exigencia en el tramo final formativo (Juvenil y Junior), como los programas de la FEB o competiciones como la liga EBA pensada especialmente como plataforma transicional para el jugador joven que no puede dar el salto a la élite en ese momento pero sí en un corto-medio plazo, se sigue pensando como educadores.

En femenino, se mantiene estructura aunque aumenta el número de licencias considerablemente.

DÉCADA ‘00s

Así llegamos a 1999 con un hito: campeones del mundo ante EEUU en categoría Junior masculino. Jugadores formados en colegios de inicio y canteras ACB en su último tramo. Jugadores con un hilo común: tenían recursos técnicos, físico, mentalidad ganadora y habían tenido oportunidad de descubrirse en un ambiente formativo y exigente.

Durante los siguientes años cobra atención las selecciones autonómicas y nacionales de formación, y se alimenta dicho interés con jugadores como Marc Gasol, Rudy, Carlos Suárez, Sergio Rodríguez, Llull, Antelo, Claver, Ricky Rubio o Jaime Fernández… que tienen un hilo común: tienen oportunidad en el primer equipo de sus respectivos equipos.

Paralelamente, el desembarco de la generación del ’80 en la selección absoluta masculina eleva el nivel competitivo y se logra en poco tiempo una acumulación de éxitos sin precedentes en nuestro baloncesto.

El femenino, que a nivel resultado era más irregular, también se consolida en la parte alta del ranking:

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Son tiempos de crecimiento y disfrute en formación donde se estrujan mentes para poder ajustar cada acción de la mejor manera a la demanda del niño con reglamentos pasarela en categorías tempranas, penalización de zonas y bloqueos directos, fomento de la máxima participación y filosofías formativas muy extendidas.

Los clubes han crecido en número y en licencias, atacando el mercado de colegios y captando deportistas lo antes posible. Surge el Babybasket como etapa de iniciación desde los 4 años en clubes, a pesar de que la ciencia del deporte habla claramente del perjuicio que supone la especialización temprana para la persona y para el propio desarrollo del talento.

El modelo Club se empieza a entender como una pseudo-empresa que puede profesionalizar puestos como el director deportivo, la administración, algún entrenador de mayor peso… y dar sueldos dignos por la dedicación a su gestión. Esto influye de manera trascendental, pues la única forma de que sea una apuesta empresarial es que debe ser rentable. Aunque siempre hubo clubes, la forma de gestión y el número de los mismos entre mediados de los 90 y sobre todo en la primera década de los 00 es abrumadora y más aún el concepto de rentabilidad.

El concepto rentabilidad implica inevitablemente el concepto ‘cliente’. Este es un punto de inflexión ya que surgen elementos como la captación de clientes en un entorno no-profesional, pues nunca hay control absoluto de la empresa (instalación cedida, entrenadores rotacionales que arrastran deportistas, demanda de entrenadores y dificultad de remuneración para retener a quienes dan mejor servicio, dependencia de subvenciones y cuotas…).

Y aquí entramos en la última década,

DÉCADA ‘10s

Curiosamente, en la última década contamos con las entidades mejor preparadas de la historia objetivamente: entrenadores formados por las federaciones, preparadores físicos, directores deportivos, altas en seguridad social, comunicación y marketing… pero no se acompaña con la mayor producción de jugadores talentosos.

También han florecido las academias que importan talento joven de otros países. No voy a comentar el trampeo conocido y permitido de las partidas de nacimiento de países africanos que no tienen dicho documento regulado y por tanto, en el acuerdo se indica el año deseado por el club receptor. Me centro en la importación de jugadores balcánicos, ingleses, japoneses, uruguayos, chilenos… que mientras puedan pagar cifras entre 3 y 8 veces superior a la cuota habitual, disfrutan de un programa personalizado para ellos que incluye educación académica y deportiva. Un modelo que podría entenderse en el marco de las canteras de clubes profesionales pero que debido a su rentabilidad, se extiende a otros clubes a veces sin un primer equipo en categoría FEB, pero dentro de un entramado de agentes deportivos, que por supuesto, tienen mayor peso que nunca en estas edades.

Hay que acumular talento en cantera y los Clubes que pueden fichar por sus recursos, apuestan por los deportistas que ya rinden. Tradicionalmente se apostaba por perfiles al medio-largo plazo y se les formaba cuidadosamente.

Hoy la apuesta general es por chicos y chicas que por su pronta madurez física marca diferencias en categorías como alevín o infantil y que el propio club fichador sabe que en cadete o junior será difícil que tenga hueco en la plantilla pero da resultado clasificatorio en este momento. Esta apuesta cierra la puerta de deportistas que ya están en el Club y que puede ser generalmente de dos perfiles:

  1. Deportista de talento físico pero madurez tardía; quien nunca llega a tener oportunidades suficientes para progresar y termina estancándose sin atención por parte del Club. Se pierde talento.
  2. Deportista de poco talento; que al verse dado de lado, tiende a dejar la práctica deportiva desilusionado en una edad peligrosa a nivel emocional. Se pierde ilusión por el deporte.

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Se crean equipos ‘C’ o ‘D’ para acumular cuotas, con formadores jóvenes, poco formados y poco experimentados y además, poco atendidos por la dirección deportiva por ser considerados ‘sociales’. Son una especie de “cajón de sastre” donde caen aquellos deportistas que no tienen hueco en otros equipos mejor atendidos dentro de la estructura, con formadores menos atendidos que los ‘A’ y ‘B’ por la dirección deportiva, pero que abonan su cuota religiosamente.

Si miramos la dirección de partidos en minibasket, vemos recursos tácticos pensados para superar rivales como zonas o jugadas que limitan la creatividad de los deportistas. Niños quietos durante el ataque estático para que el talentoso asuma el mayor porcentaje de posesión posible.

Lógicamente el incentivo de la creatividad te lleva a perder control del partido y por tanto, dificulta la victoria y esto penaliza la prioridad de algunos clubes.

Hay que ganar. Si el objetivo es reclutar niños y niñas, hay que ganar. Nadie sale de su entorno seguro (colegio, club cerca de casa…) para ir a un equipo que pierde habitualmente. La atracción de la empresa es la victoria sin explicar en qué se fundamenta. Se ven broncas, castigos, niños que hacen 5 faltas en 2 minutos por orden del entrenador para que deje de participar y dar más minutos a otros niños con mejor rendimiento deportivo, supuestas lesiones durante el partido de quienes menos aportan a nivel deportivo, orden al jugador más desarrollado de liderar cada ataque y absorber el protagonismo…

¿Qué aporta la actividad de estos entrenadores a los niños que no pueden desarrollarse como deportistas en estos equipos?

CONCLUSIÓN (la mía)

Vivimos esta realidad fruto del objetivo fundamental fijado de manera general: ganar, que es la manera de mantener el cartel de éxito del Club y seguir siendo atractivo para seguir reclutando cuotas.

No se ofrece formación a la totalidad del equipo. En realidad no es un equipo, sólo es un grupo de niños.

Por tanto hemos evolucionado de un modelo donde el primer objetivo era cuidar lo que se tiene a un modelo en el que se busca rentabilidad de la institución. Del primer modelo, surgió un cúmulo de talento que se pudo instalar en la élite del baloncesto mundial. Del segundo modelo, la producción es inferior en números fríos.

Enlazamos varios años en los que la liga ACB, mejor dotada económicamente que la Liga Femenina (no por ello opulenta) no cuenta con el producto que nuestros clubes de formación maduran en sus canteras.

Los entrenadores tienen el mayor abanico de recursos de la historia para su trabajo, los deportistas se gastan cantidades importantes en su formación, pues en Madrid por ejemplo, vemos cuotas anuales entorno a los 1000€ y alguna excepción supera los 1500€ añadiendo las academias de tecnificación, los campus…

Pero NO producimos más que nunca.

ENTONCES, ¿HAY QUE FORMAR O COMPETIR?

Pues algunos seguimos creyendo que NO es una dicotomía. No lo es.

Son dos ingredientes necesarios para realizar con eficacia nuestra labor formadora.

Por supuesto necesitamos enseñar a nuestros deportistas cómo se juega, botar, tirar, pasar, ocupar espacios, fintar en defensa… pero necesitamos que experimenten y descubran. Especialmente en la primera fase de formación (Minibasket-Infantil). El deportista debe probar, errar y ser corregido de manera constructiva. Nadie ha jugado nunca a nada sin el deseo de ganar por lo que los gritos y enfados por un error técnico-táctico no tienen mucho sentido. Los deportistas ya ponen ese requisito de ambición de manera innata.

Pero los formadores no tenemos esa presión. Ganar o perder son anécdotas consecuencia de una parte que podemos controlar (nuestro equipo) y otra que no (el rival).

Al ser una tarea educativa, cada entidad (cole o club) debería aportar un plan o programa que cada formador va siguiendo para que cada niño o niña que cae en nuestras manos alcance el único objetivo válido: descubrir su mejor versión a través de un crecimiento personal.

Competir al máximo nivel es posible respetando el proceso madurativo y deportivo del deportista. Si desconocemos esto, podemos caer en sobrecargas, lesiones, cansancio y desmotivación. Cada persona tiene un camino hacia la madurez biológica y cognitiva y no está definida por su edad cronológica. Por ello para ser entrenador nos dan formación sobre el desarrollo biológico del ser humano y también sobre psicología de la educación.

Tenemos en nuestras manos la posibilidad de ayudar a 12 personas, y no podemos priorizar la atención en función únicamente de si hoy son buenos o malos compitiendo.

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Como dice el maestro matemático Jose A. Fernández-Bravo “no es lo mismo subir el nivel que adelantar contenidos”. Que un equipo de minibasket juegue bloqueos, zonas y roles definidos no es subir el nivel. Es adelantar contenidos que ayudan a ganar pero no están entendiendo ni preparados para hacerlo de manera eficiente, aunque eso sí, lógicamente en estas edades, cuanto más obligues a lanzar desde lejos, más probable es ganar el partido. Pero no se corresponde con la realidad a la que queremos llevar al niño, a su desarrollo completo, por no hablar del tiempo que requiere entrenar estos contenidos dejando los propios de la edad en inferioridad de dedicación.

Ahora que la psicología del deporte afortunadamente se abre paso en los Clubes como antes lo hicieron los fisios, quizá sea un buen momento para que los directores deportivos estén exigidos a estar formados y comprometidos con el desarrollo completo de todos los deportistas de sus clubes.

Somos educadores deportivos y no podemos arrastrar nuestras emociones como exjugadores a nuestro trabajo como formadores.

No hay dicotomía entre formar y competir; son complementarias. La dicotomía que recorre hoy los pabellones se acerca más a: ¿qué es más importante en formación, ganar el partido o desarrollar jugadores?

Para acabar, me gustaría recoger las palabras que recientemente dedicó Pau Gasol al baloncesto de formación en la ceremonia del Hall of Fame:

 

CURRICULUM

Juan Pedro González

  • Entrenador en Baloncesto San Fernando
  • Entrenador en Juventud Henares
  • Entrenador en Alcorcón Basket
  • Director Deportivo en Juventud Henares
  • Director General en CB Las Rozas
  • Profesor Educación Física en primaria y secundaria

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